Ando leyendo estos días ‘La columna de hierro’, de Taylor Caldwell, una apasionante novela sobre Cicerón que se recrea en la Roma del primer siglo antes de Cristo. En ella se alude a cómo los romanos de la época disponían de tres periódicos rivales (el Acta Diurna era el preferido) que, a menudo, se empleaban para difundir propaganda. Los diarios contaban con sus correspondientes columnistas o sus dibujantes satíricos. E incluían desde noticias sobre transacciones de mercado hasta chismes escandalosos. Ayer como hoy, hoy como ayer, la historia se repite.>
Los actuales medios de comunicación también disponen de columnistas y muestran cada vez más interés y destinan más espacios a la opinión y al debate. Las radios y televisiones, los periódicos, no se contentan con traernos la actualidad cruda, la noticia desnuda. Nos la acompañan y adoban, por el contrario, con análisis o valoraciones de sus comentaristas o tertulianos.
Siempre me han interesado los espacios de opinión. Aunque es verdad que me cuesta digerir el que ciertos conversadores «de plantilla», sin el más mínimo rubor, opinen sobre la marcha acerca de todo, a veces con más dosis de osadía que de conocimiento. Especialmente cuando los veo empeñados en «sentar cátedra» sobre toda cuestión que se les cruce por el camino. Pero cierto es que una buena tertulia favorece el contraste de pareceres y el análisis de lo controvertido.
Además de los espacios de opinión profesionales, o de las tertulias organizadas ahí quería ir hoy- es muy importante que el espectador, el radioyente o el lector que sabe como nadie «dónde le aprieta el zapato»- participe e influya. Que llame a la tele, o a la radio, que escriba al periódico (hoy la sección de «Cartas al director» es una de las más leídas) o incluso si es preciso- al patrocinador del programa.
En los tiempos que corren tenemos como nunca la oportunidad internet lo facilita- de transmitir nuestra visión, nuestro criterio personal. Podemos (debemos) influir activa, democrática y positivamente a través de los medios -o en éstos-, conscientes, además, de que todos ellos viven del público. Aplaudir o agradecer, si se merece. O protestar y discrepar, cuando toque. Expresarnos. La actualidad es demasiado importante para dejarla en manos de unos pocos «expertos». La opinión pública debe acceder a la opinión publicada.
Todos los ciudadanos tenemos mucho que decir. Sin complejos. Y por responsabilidad social. Conscientes de que siempre habrá algún necio que nos advertirá lo que María, la del chiste, cuando hablemos de nuestras cosas, de las más vitales:
«-¡Maríaaaaaaa, Maríaaaaaaaa, abre, abre!- se desgañitaba uno en su funeral desde el ataúd-. ¡Abre, que estoy vivo!
Y la tal María:
-¡Calla, Manolo…, vas a saber más tú que el médico!»
José Iribas S. Boado