Estado laico y Constitución

España, gracias a Dios, es un Estado aconfesional. Pero eso no tiene nada que ver –como ahora parecen pretender algunos- con que sea un «Estado confesionalmente laico», en donde haya derecho a imponer el laicismo en la esfera pública y a barrer de ésta toda presencia religiosa. >

Es cierto que el Estado aconfesional carece de religión propia y es neutral ante las distintas confesiones. Neutral, pero no indiferente, porque valora positivamente la dimensión religiosa. Nuestra Constitución (artículos 16 y 27.3) deja claras ambas cuestiones.

La aconfesionalidad del Estado no nace de la negación u ocultación del hecho religioso, sino del deseo de respetar al máximo la libertad religiosa, reconociendo el pluralismo de la sociedad, donde cada persona elige, libremente, su credo y lo practica y desarrolla tanto en el ámbito privado como público. Todo ello en el marco de una valoración positiva del hecho religioso vivido libremente por los ciudadanos.

Nuestra Constitución propició un Estado aconfesional, sí, pero no un Estado laico (que era lo que algunos pretendían). Aconfesionalidad y laicismo son dos términos distintos que responden a conceptos bien diversos. Como es sabido, los laicistas persiguen reducir el hecho religioso a un ámbito privado (el de la propia conciencia), sin presencia ni repercusión alguna en el espacio público ni consecuencias colectivas. Dicen que la religión es un asunto estrictamente privado y que, como la política es asunto público… ahí no llega la religión. Este argumento, a pesar de ser falso, cala en algunos.

Pero la religión no es asunto privado sino personal, que es algo mucho más profundo y radical. Porque la persona tiene obligación de ser coherente consigo misma, y no puede manifestar en público lo que es contrario a su conciencia. Y es de ahí de donde surge su derecho a expresar en público sus opiniones y sus creencias, sin que nadie se lo impida. Pretender otra cosa sería mutilar la libertad religiosa de los creyentes.

Por otra parte, el laicismo no constituye una «categoría o valor superior» que arbitre sobre las religiones en el espacio público. El laicismo es sólo una opción más, que tiene que respetar otras opciones y valorar su aportación histórica a nuestro país. Sin embargo, no lo hace, y por más que a veces se oculte bajo un ficticio «manto de neutralidad», tiene la pretensión de eliminar todo signo religioso de la vida pública y trata de constituirse en la única aportación posible para el ordenamiento de la sociedad. Y esto no es algo nuevo. Más bien bastante viejo, rancio o propio del pensamiento único. Y contrario al pluralismo y a las libertades y derechos de las personas y colectivos.. aunque algunos lo presenten como «progresista». Lo de siempre.

José Iribas S. Boado

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