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Una sentencia que nos duele

Escribo estas líneas desde el respeto que siento por la justicia, pero también desde el dolor, la desazón, la indignación e, incluso, la rabia que me ha producido la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos respecto a la aplicación de la denominada doctrina Parot.

A lo largo de más de cuatro décadas, la sociedad española ha sido extorsionada, vapuleada y coaccionada por una banda de terroristas sanguinarios que han puesto sobre la mesa casi novecientos muertos, millares de heridos, familias destrozadas y personas que han tenido que buscar un refugio a la pesadilla de ETA fuera de su tierra, especialmente Navarra y el País Vasco.

A lo largo de todo este tiempo, esta barbarie que acabo de relatar ha contrastado con la actitud ejemplar de todas y cada una de las víctimas del terrorismo, que han confiado en la justicia como la única vía posible para paliar, si es que esto es posible siquiera en pequeña medida, el injusto daño que les ha tocado padecer. Pero la justicia no ha estado a la altura.

¿Alguien puede considerar justo que una terrorista con más de veinticuatro asesinatos a su espalda pueda pagar una condena inferior a un año por asesinato cometido? ¿Es acaso justo que matar salga tan barato en España?

Hoy, nos resulta más difícil que unos días atrás mirar a los ojos de esas víctimas y pedirles que confíen en el Estado de Derecho; nos resulta más complejo defender que sea cierto eso de que la justicia pone a cada uno en su sitio y nos resulta imposible encontrar palabras que puedan aminorar su indignación y su dolor.

Esta sentencia sólo ha servido para dar aliento a los asesinos y a todo ese entramado que, desde partidos políticos a movimientos sociales, llevan décadas, con unas u otras siglas, trabajando a su servicio. Sólo ha servido para hincharles de oxígeno los pulmones y para que tengan más aire con el que gritar su mentira; esa que pretende convertir a las víctimas en verdugos y a los verdugos en víctimas.

Cada vez que un terrorista se alegra, cae un muro de nuestra democracia y, cada vez que una víctima se siente humillada, debe caer sobre nuestra conciencia el deber que, como país, tenemos de que su dignidad se restablezca.

Pero hay algo que ni esta sentencia, ni ninguna otra, por injusta que sea, podrá cambiar nunca: la verdad. Y la verdad es que los españoles hemos aguantado mucho, demasiado, pero que lo hemos conseguido.

La verdad es que hemos vencido a ETA. La verdad es que las víctimas del terrorismo han sido, son y serán siempre el ejemplo más contundente de un país que ha puesto de rodillas a una banda terrorista con las únicas armas de la democracia, la valentía, la unidad y el civismo y lo cierto es que esas miles de familias desgarradas por el dolor representan el orgullo de España y son el espejo que refleja la fortaleza de una democracia sólidamente asentada, que nada ni nadie ha podido ni podrá doblegar.

Lo que ni esta sentencia ni ninguna otra podrá nunca cambiar es la diferencia entre asesinos y víctimas. El trabajo que como sociedad tenemos por delante es que los primeros nunca logren convertirse en lo segundo, es decir, que no se salgan con la suya y conviertan en héroes a los asesinos.
Espero que estemos a la altura de este cometido. Se lo debemos a las víctimas y a la verdad.

Sergio Sayas
Secretario de Organización y Comunicación de UPN

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