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Roto el pacto, viva el pacto

Javier Marcotegui Ros, vicepresidente primero del Parlamento de Navarra y parlamentario de UPN

El análisis de la delicada y trascendente relación política actual entre UPN y PP reclama con fuerza tener presente el móvil que justificó la firma en 1991 de un acuerdo de colaboración política. El fin que se pretendía era el de presentar en las elecciones regionales de 1991 una única sigla electoral que aglutinara los votos del espectro conservador y disputar al PSN la condición de lista más votada.

El singular procedimiento de designación del Presidente de Gobierno preveía una fórmula residual: proponer al candidato de la lista electoral más votada. Por esta previsión, en 1984 y 1987 se eligió Presidente al candidato de la lista del PSN. En el primer caso tras la intervención del Tribunal Constitucional, que, entre otras cuestiones, aclaró que el candidato de la lista más votada no era el de una coalición de partidos.

El objetivo fue alcanzado y facilitó tres presidentes de UPN; en 1991, en 1996 y en 1999. En sus gobiernos hubo personas procedentes del PP y se estableció un periodo de colaboración entre ambos partidos que dio magníficos resultados, si bien se produjo cierta difuminación de la personalidad política de UPN. UPN disponía de la fuerza del PP para defender su proyecto político de una Navarra diferenciada.

El PP proyectaba con fuerza el suyo en la sociedad navarra. Ambos eran partidos amigos. Estos gobiernos minoritarios han funcionado y permitido un desarrollo económico y social de Navarra sin precedentes. En ellos UPN y el PSN han sabido entenderse en los asuntos fundamentales, con la salvedad del fracasado gobierno tripartito, dando un ejemplo nacional.

El procedimiento referido fue modificado en el año 2001. Se suprimió la cláusula residual en beneficio de la designación del candidato que tuviera la mayoría suficiente. Es evidente que el móvil del pacto de 1991 había quedado arruinado, y el pacto, desmotivado. Quedaron, no obstante, los beneficios de la colaboración entre los dos partidos aunque con el riesgo creciente de dilución de la personalidad de UPN en la del PP.
Entre tanto, NaBai consiguió dotarse de una voz en el Congreso, que en cierta manera ha ocultado la de UPN. Esto justifica la modificación del pacto introducida en 2008.

Ahora bien, surgen las dificultades interpretativas y sobreviene la ruina definitiva de un pacto ya desmotivado, que, con evidentes ventajas para ambos partidos, está muy afectado por las tensas relaciones políticas entre el PSOE y PP.

Es necesario un nuevo pacto entre UPN y PP mejor acomodado a la situación política actual, capaz de mantener los beneficios evidentes del de 1991, de impedir la desagregación del voto conservador, de suprimir el efecto laminador de la personalidad de UPN y de considerar la dependencia del PSN de su dirección nacional.

No obstante, en este aspecto, sería deseable más independencia del PSN de su dirección nacional en las decisiones sobre los asuntos de Navarra y más madurez en la defensa de su personalidad política. Cuestión esta siempre en el punto de mira de las fuerzas nacionalistas. ¿Por qué el PSN y UPN no han de poder entenderse, si así lo exige la situación política navarra, sin la necesidad de trascender a los intereses de la política nacional (no digo los intereses generales del Estado)? ¿Acaso la garantía de la gobernabilidad de Navarra y su desarrollo económico y social no es suficiente compensación política a la ayuda mutua que puedan prestarse? ¿No lo es el reconocimiento que el electorado conceda a actitudes políticas maduras y serias?

Probablemente, para llegar a esta conclusión no era necesario armar tanto jaleo. Hubiera sido más eficiente haberlo hecho con discreción y prudencia. Pero esto no viene al caso. Lo importante es salvar el pacto al que como institución se le puede aplicar lo de «El rey ha muerto, ¡viva el rey!»

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