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Tabúes modernos. El síndrome postaborto.

Javier Marcotegui Ros, Parlamentario Foral de UPN

Por este motivo, como un rasgo de modernidad y libertad social e individual, la sociedad actual quiebra compromisos y comportamientos sociales, civiles y religiosos arraigados en la cultura por la simple razón de estimarlos anticuados, no democráticos, poco racionales, absurdos; por entender que están basados en valores superados o en decisiones de autoridades civiles o religiosas trasnochadas y no justificadas suficientemente. Se consideran reliquias de tabúes incrustados en la cultura moderna. Sin informaciones ni análisis serios, rigurosos y contrastados se sustituyen compromisos y comportamientos por otros novedosos y extrañamente vinculados con el valor de la libertad. Normalmente se desconocen las consecuencias sociales de su ejercicio.

Hay pocas instituciones y conductas sociales que se hayan librado de esta perversa tendencia. Se destruyó la tarima y la jerarquía, se introdujo el tuteo, se abandonó la formalidad, se minusvaloró la cortesía y la urbanidad, se exaltaron las drogas, se animalizó la sexualidad, se menospreció la autoridad, se desvalorizó la ancianidad, se arrumbaron los deberes sociales y se individualizaron los derechos.

En ocasiones, estos intentos de modificación de los comportamientos sociales encuentran la dificultad de los conceptos y términos lingüísticos que los definen. Los términos aborto, embrión, elementos abortivos, gestación son algunos de ellos. Conviene superar su significado genuino para que el ciudadano acepte, de buena fe, los nuevos comportamientos sugeridos. Porque la ética antigua no ha sido completamente abolida es preciso superar sus significados con eufemismos para hacerles perder su verdadero sentido. Es necesario separar la idea del aborto de la idea de matar a un ser humano, que es socialmente repugnante, para, de este modo, racionalizar el aborto y presentarlo como algo no relacionado con la frustración de una vida humana plenamente concebida. El aborto se transforma en interrupción del embarazo, el embrión en preembrión, algunas prácticas abortivas en la píldora del día después; la gestación se relaciona con el derecho al uso del propio cuerpo.

Por otra parte, las consecuencias sociales e individuales de algunos de estos nuevos comportamientos provocan efectos contrarios de los que se dice pretender. Estos efectos se transforman en modernos tabúes que no pueden ni deben ser mencionados. De ellos no se habla. Así sucede con los efectos vinculados con el primer supuesto de la despenalización del aborto: «evitar un grave peligro para la vida o salud psíquica de la embarazada».

Hay evidencias científicas suficientemente contrastadas del síndrome postaborto. Algunas de estas evidencias han sido descritas aunque no publicadas. La organización abortista Paternidad Planificada admite traumas postaborto hasta en el 91% de los casos. Traumas que perjudican la calidad de la vida sexual y afectiva de las mujeres que abortan y que aumentan entre 1,6 y 7 veces el riesgo de mortalidad. Por el contrario, ningún estudio científico se ha publicado mostrando los supuestos gravísimos riesgos de completar un embarazo no deseado.

Por esto, en la práctica del aborto, más que en cualquier otra práctica sanitaria moderna, la relación médico-paciente debe basarse en el «consentimiento informado», porque, según el profesor J.C. Willke, «es más fácil sacar al niño del útero de su madre que sacárselo de su pensamiento».

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