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Excelencia o mediocridad

Javier Marcotegui Ros, Parlamentario de UPN y Vicepresidente del Parlamento Foral

No conozco un solo año pacífico en este extenso período. Entre tanto, las evaluaciones internacionales de los resultados escolares españoles expresan mediocres resultados y sitúan a España en una humillante posición respecto de los países de condición económica y cultural semejante.

Las disputas fueron primero por la imputación de los deficientes resultados a un sistema educativo con recursos escasos; después lo fueron por la regulación del principio de participación de la comunidad escolar en la dirección y gestión de los centros; más adelante atrajo la atención el principio de escuela comprensiva que inspiraba a la LOGSE y un mal entendido igualitarismo que algunos encontraron en ella para confiar más en el método pedagógico que en la responsabilidad y esfuerzo personales. No hemos olvidado en las controversias la financiación de la enseñanza privada; tampoco la enseñanza de la religión, la aceptación del derecho a la elección de centro educativo y el ideario o proyecto educativo.

Sin embargo, los resultados académicos registrados internacionalmente no han tomado una línea ascendente. Al contrario, han descendido (compárese el informe Pisa 2001 con el de 2004) aunque, en honor a la verdad, se debe destacar que nuestros jóvenes se han igualado más que en los países del entorno pero lo han hecho en el espacio de la mediocridad.

Ahora discutimos por la Educación para la Ciudadanía, la organización del Bachillerato y su sistema de promoción. Seguimos sin prestar atención a los ejes principales de un sistema educativo moderno, eficiente, capaz de satisfacer las competencias  básicas.

El pasado día 29 de septiembre, en Pamplona, un grupo de 40 expertos en diferentes áreas de conocimiento señalaron que el mayor lastre para el despegue económico de España se encontraba en los problemas educativos. Varios no dudaron en calificar de «tragedia» el estado de la educación en España. Afortunadamente para Navarra, los resultados académicos registrados en  ella se igualan con los registrados en países europeos del entorno. Pero, no por ello dejaremos de prestar especial atención a estas valoraciones genéricas.

Estoy convencido de que ninguna fuerza política, y en especial de que la autoridad política que gestiona la educación, desea la mediocridad educativa y renuncia a la excelencia. Opino que las diferencias que sostienen los enfrentamientos entre ellas no se refieren tanto a los objetivos pretendidos cuanto a la metodología necesaria para alcanzarlos. Todos somos conscientes de que la integración y la convivencia de los jóvenes es un objetivo tan importante como los buenos resultados académicos. Todos hemos llegado al convencimiento de que es un despilfarro de capital humano desatender el proceso formativo del 2% de jóvenes especialmente dotados intelectualmente. Sabemos que la participación activa de todos los sectores sociales, en especial el de las familias, es fundamental en el proceso de formación.

Sin embargo, a todos nos falta el sentido de autocrítica para la aceptación colectiva de la responsabilidad de los deficientes resultados, para dejar de imputar a los otros, y sólo a ellos, la causa principal de los problemas.

Mientras los demás corren, nosotros seguimos enzarzados en lo accesorio sin encontrar lo sustantivo que nos puede sacar de la mediocridad e instalar en la excelencia.

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