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España, la mejor del mundo

El 7 de febrero de 2005 la selección nacional absoluta de balonmano subió (¡por fin¡) a lo más alto del palmarés deportivo mundial al proclamarse Campeona del Mundo con toda justicia.

Tal vez haya a quien le sonroje que los aficionados a este deporte, incluso cualquier español (sin afición deportiva aparente), celebren orgullosos la victoria de su equipo nacional.

Para algunos el éxito sólo debería analizarse exclusivamente en clave deportiva, y así nos dirán que el éxito se consiguió por una confluencia de factores: una correcta preparación física, la profesionalidad y mentalización de los jugadores, la planificación y dirección acertadas. Por ello, desde esta visión limitada, se podrán llegar a exclusivamente a conclusiones deportivo-pedagógicas: la importancia de la excelencia en el deporte; las bondades de la formación deportiva en los jóvenes; la sana dialéctica de la competición (ganar-perder); la exigencia de una educación en torno al liderazgo; la teoría del esfuerzo compartido; el discurso de los valores olímpicos, etc…

Otros, podrán valorar la victoria en clave sociológica, y se preguntarán:¿porqué ganamos ahora -y no con los Urdiales, Massip, Guijosa, Talant, Urdangarín,…- y qué efecto refractario positivo pudiera tener esta victoria en la juventud española? O incluso en clave ética algunos se preguntarán: ¿les/nos hace mejores su victoria?

Yo además de reflexionar sobre todo ello, retengo en la memoria las imágenes de un grupo excelente de deportistas españoles, que no sólo representan un deporte, sino a un país.

Un grupo unido formado por deportistas de toda España: Navarra, Cataluña, Euskadi, Asturias, Madrid, Extremadura,… que -con humildad y orgullo- ganaron justamente, y que, después de escuchar con respeto el himno nacional en su honor, recibieron su merecido premio. Nada más y nada menos.

La victoria, al final, sólo les corresponde a ellos, eso está claro. Los demás, sólo podemos felicitarles, agradecerles su esfuerzo, disfrutar de las imágenes y desearles nuevas hazañas ante nuevos y apasionantes retos.

A los políticos que rinden culto a lo diferente y que se empeñan en separar lo que naturalmente está unido, a los que se obstinan en levantar fronteras (mentales) donde no las hay, a los que provocan y justifican el enfrentamiento identitario, a los que odian y combaten la diversidad desde el esencialismo nacionalista, va dirigida mi reflexión.

También en la política -como en el deporte- la unión hace la fuerza. La autolimitación responsable y la coordinación de esfuerzos y voluntades preludia mejores resultados que el eremitismo político. Nos lo enseñaron la semana pasada estos gladiadores. A los políticos nos queda mucho que aprender. ¡Y parece tan fácil!

Carlos Salvador
Diputado por Navarra

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