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Amnesia socialista (2): La República Federal de las Nacionalidades

Jaime Ignacio del Burgo, diputado de UPN

Por fortuna, la perspectiva de alcanzar el poder obligó poco después a Felipe González a enterrar su propósito inicial de conducir a España al socialismo real y sumarse a la corriente de los partidos socialdemócratas europeos, con aceptación sin reservas de la economía de mercado y, por tanto, de la propiedad privada de los medios de producción.

Hubo también otra profunda reconversión en lo relativo a la concepción de España y a la organización territorial del Estado, pues si en los debates constituyentes los socialistas se hubieran empeñado en llevar a la práctica las resoluciones del XIII Congreso socialista, el proceso de transición a la democracia hubiera podido terminar como el rosario de la aurora.

Veamos. El XIII Congreso socialista -y quizás la mayoría de los lectores se lleven una gran sorpresa- había incluido entre los objetivos de carácter inexcusable para el restablecimiento de la democracia en España nada menos que el «reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas». (Esto de las nacionalidades «ibéricas» tiene su gracia. Sin duda se utilizó esta expresión para no hablar de «nacionalidades españolas» y no ofender la sensibilidad de los nacionalistas vascos y catalanes).
No contentos con ello, los socialistas aprobaron una «Resolución sobre nacionalidades y regiones» que no tiene desperdicio. Se afirma en primer término que «la definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español, parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español».

Sentado lo anterior, se hace una precisión desde la perspectiva socialista que haría las delicias de la actual Mesa Nacional de la ilegalizada Batasuna: «El derecho de autodeterminación para el PSOE se enmarca dentro del contexto de la lucha de clases, y del proceso histórico de la clase trabajadora en lucha por su completa emancipación».

Y ahora viene la guinda: «El PSOE se pronuncia por la constitución de una República Federal de las Nacionalidades que integran el Estado español, por considerar que esta estructura estatal permite el pleno reconocimiento de las peculiaridades de cada nacionalidad y su autogobierno a la vez que salvaguarda la unidad de la clase trabajadora de los diversos pueblos que integren el Estado federativo». Sin comentarios.
Por fortuna para todos, cuando se inició el proceso constituyente, el PSOE envió a la papelera de reciclaje esa ocurrencia de la República Federal de las Nacionalidades, en cuyo alumbramiento había participado de forma activa el futuro «padre» de la Constitución, Gregorio Peces Barba.

Al final, el PSOE contribuyó a la redacción por consenso de un texto constitucional donde la unidad de España se eleva nada menos que a la categoría de fundamento mismo de la Constitución. La nación española, conforme a su artículo 2, es indisoluble e indivisible, como patria común e indivisible de todos los españoles. Es cierto que el mismo artículo donde se formula tan rotunda proclamación se reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones y el principio de solidaridad entre todas ellas. Pero las enmiendas de grupos independentistas que pretendía el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades fueron rechazadas por los socialistas.

La rápida «evolución» del pensamiento de los dirigentes de Suresnes quedó plasmada en un opúsculo titulado «P.S.O.E.», publicado por Felipe González y Alfonso Guerra en 1977. Deudores todavía de su propia declaración de principios de 1974, los dirigentes socialistas reivindicaban el derecho a la autodeterminación, pero ya no se trataba del derecho a decidir el tipo de relación con el Estado sino «de la creación de poderes autonómicos en las nacionalidades y regionalidades». La autodeterminación quedaba así «abducida» por la autonomía.

Se mantenía, es cierto, la apuesta federalista, porque un Estado federal es una estructura idónea para hacer compatibles los intereses solidarios del conjunto de los ciudadanos españoles más allá de la nacionalidad o región de la que procedan o en la que habiten, con los intereses propios de las colectividades nacionales y regionales: pero porque éste era el único sistema capaz de garantizar la igualdad de todos los españoles -un «marco igualitario»-, reservando al Estado «problemas tales como la planificación económica para que de ella se deriven los beneficios que exige un desarrollo armónico de las distintas regiones y nacionalidades», atribuyéndole «unas competencias claras en materia fiscal y en el campo de la orientación global de la planificación».

Queda pues de manifiesto la gran amnesia del PSOE que pasa por alto la enorme distancia ideológica que por fortuna media entre el partido fundado por Pablo Iglesias y la formación que dirigen Rodríguez Zapatero y Pepiño Blanco. Mientras el PSOE se siente orgulloso de un pasado lleno de agujeros negros desde el punto de vista de la concepción de una sociedad libre y democrática, el Partido Popular -y ahí reside una gran diferencia- no es ni se siente heredero de la CEDA republicana ni mucho menos de la dictadura franquista. Su historia comienza en la democracia y se desarrolla por y para la democracia sin ningún lastre del pasado.

De todas cosas, en estos momentos y en lo que se refiere a la concepción de España y a la organización territorial del Estado las cosas han vuelto a oscurecerse. No quiero pensar que el jaque a la Constitución de Pascual Maragall sea consecuencia del regreso al túnel del tiempo por parte del actual presidente del Gobierno. Prefiero pensar que eso de la República Federal de las Nacionalidades ibéricas fue una ocurrencia de Suresnes fruto del ímpetu juvenil de la nueva dirección surgida del XIII Congreso. Lo que sí sabemos es que algunos de sus socios parlamentarios confiesan sin ambages que la autodeterminación de las nacionalidades españolas es irrenunciable. Maldita la gracia tendría que tras la campaña emprendida para la recuperación de la memoria histórica se escondiera además el regreso a los orígenes ideológicos del Partido Socialista. De ser así, preferiría la amnesia del PSOE.

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